Este mes, os comparto, un texto de un amigo y compañero periodista @rafaelcerro que escribe en diversos medios escritos y digitales. Si queréis segurlo, buscarlo en twitter. No os dejará indiferente. Es un periodista valiente, atrevido, políticamente incorrecto (cuando cree que debe serlo) y muy bueno.
En el siguiente artículo habla de como una denuncia, falsa o no, por Violencia de Género, separa a unas abuelas -principalmente- paternas del cariño y amor de sus nietas. Incluso durante años. Dejándolas muertas en vida. #EXISTEN abuelas muertas en vida por no poder ver crecer a sus nietas.
Este artículo y entrada, va dedicada a las muchas -lamentablemente- abuelas paternas que llevan mucho tiempo sufriendo el no poder ver ni disfrutar de sus nietas.
Agradecimiento especial al autor del artículo:
@rafaelcerro
@rafaelcerro.- Una abuela española ha muerto sin haber podido ver
a sus nietos durante años porque eran hijos de un hijo varón denunciado
por violencia de género. No era la primera. La madre había apartado a
los niños de la anciana para siempre. A los ochenta y un años, otra
abuela ha aprendido a manejar un ordenador para buscar a su nieta en la
Red. La mujer tuitea: “Si me lees, nieta mía, escribe a la Yaya, te
guardaré el secreto”. Firma como Teresa. También tuitea “Hoy vi con mis
binóculos a mi nieta cómo entraba al colegio”. Dice que “La mala LIVG es
un sufrimiento peor que la Guerra Civil”. Quiere decir que las
denuncias por violencia de género fomentadas por la Ley suelen separar
para siempre a los niños de su familia paterna. Por supuesto, también
las falsas. En España, solo podemos saber con seguridad que podremos
seguir viendo a los hijos de nuestras hijas. Veo en Fuenlabrada a unas
chicas que tocan tambores y gritan “¡Igualdad!”. Me pregunto si sabrán
que, en caso de volver a implantarse en España la igualdad de género,
perderían muchos derechos y prebendas.
Algunos niegan que un solo abuelo haya perdido a sus nietos, que una
sola progenitora aliene a los niños contra el papá y que los abogados
estén ofreciendo a sus clientas divorciarse ‘por lo civil o por lo
penal’. Que el sol sale por el este. Los políticos niegan estar
guardando silencio sobre este asunto porque oponerse a la injusticia de
género cuesta votos. Lo sabe bien Albert Rivera, que prometió hacer
justicia y rectificó después. Esta postura ética concluye que la Ley
Integral de Violencia de Género es justa y que España es un paraíso de
paz y de equidad. O sea, que en la calle Julián Camarillo de Madrid no
hay unos juzgados de género solamente para juzgar a los varones, porque
las féminas no pueden ser violentas. Que en los huecos de la escalera de
ese edificio tampoco hay redes para impedir que los varones procesados
se tiren. En fin, que las mujeres sin ética no se vengan denunciando en
falso a sus ex, aunque todo el mundo conozca uno o varios casos.
¿Qué ocurre en realidad con los negacionistas? Que son mercenarios,
cortesanos pagados con dinero de subvenciones, o bien con trabajo y
popularidad. Como aquel delegado del Gobierno talibán para la violencia
de género que se hizo famoso como el charnego que quería encarcelar a
todos los varones. No hablo de fanáticos que creen que nacemos malos,
sino de tipos contratados para creer lo que se les ordena. Ciudadanos
dóberman, fieles al despacho, que cuando cambien de amo cambiarán de
creencias. Políticos que ocultan las injusticias que ven cerca a diario
si se cometen contra varón, porque eso es popular, pero luego dicen
“compañeros y compañeras” para contentar a las feministas más extremas.
Gente que defiende en televisión que en España no hay denuncias falsas
contra hombres sin que se le caiga la cara a pedazos.
Estadísticas de autor, con el resultado fijado de antemano, sobre esas
denuncias mendaces. El problema es que, después de doce años de Ley
discriminatoria, los detenidos son ya un ejército. Todo el mundo sabe
que el hombre señalado por mujer duerme en un calabozo, sea culpable o
inocente. Todos conocen que las únicas mujeres que no se llevan nada son
las honradas. O tenemos encima una avalancha de denuncias falsas de
mujeres, como parece evidente, o realmente todos estamos pegando a todas
en la intimidad de cada casa. Y las abuelas también se lo inventan: las
paternas no se quedan sin sus nietos para siempre cuando el hijo es
denunciado. Es que son machistas y les gusta quejarse. Las octogenarias
buscan a sus nietas en la Red porque se divierten: fingir que han
perdido sangre de su sangre es como un videojuego para ellas.
El relato público feminista del asunto difiere del privado. En este
último ámbito, los radicales sí reconocen que han convertido en
culpables a todos los nacidos varones y que detienen a todo denunciado,
arruinándole la vida. Por si acaso. Lo ven necesario, aunque saben que
las cifras de asesinadas no bajan porque los inocentes detenidos no
estaban matando a nadie. También saben que, si hay tantas denuncias
falsas, es porque las asociaciones feministas cobran en virtud del
número de denuncias: por eso, insisten en conseguirlas. Los fariseos
afirman que solo hunden vidas de varones y ocultan el daño causado a
hijas, hermanas, tías y nuevas parejas de los hombres destruidos en un
tribunal discriminador. Aunque el número de injusticias sea clamoroso,
no oyen ningún clamor. Niegan el llanto de las ancianas. Todo es tan
monstruoso, como cierto. Gilbert Keith Chesterton, anunció durante el
primer tercio del siglo XX que llegaría un día “En el que sea necesario
desenvainar una espada para decir que el pasto es verde”..
